miércoles, 17 de noviembre de 2010

EL FIN DE LA SOLIDARIDAD


La ruta del hereje chileno parte por cuestionar al Viejito Pascuero; al pasar los años, la víctima obvia será Dios. Lejos de terminar allí, la consagración del indeseable estará en cuestionar a la bendita Teletón y su profeta, Don Francisco.
Desde 1978 que la Teletón se lleva a cabo en Chile, convirtiéndose en una de las instituciones más reconocibles del Chile contemporáneo, una institución que está ahí para remediar un problema sumamente específico, pero que se ha ramificado en una serie de servicios de la más variada índole. La Teletón (la campaña televisada) como suma exaltación de la caridad que da pie a esa clásica confusión con la solidaridad, tiene el rastro inconfundible de la inmoralidad y el doble estándar.
Por allá por los primeros años de educación media empecé a tener una fascinación con el Estado de Bienestar, con la idea de una nación donde el trabajo y las capacidades de todos contaran para construir una seguridad mutuamente beneficiosa, un lugar donde la educación, la salud y las pensiones se dieran por sentado al momento de decidir un camino en la vida, sin que existieran diferencias de pobres y ricos al momento de recibir estos bienes fundamentales. Al alero de esa reflexión se me ocurrió la idea de “dudoso gusto” de criticar a la Teletón y su modus operandi, esa forma de enfrentar un problema de salud pública y cultura ciudadana (en términos de la inclusión de quienes tuviesen algún grado de discapacidad en las políticas públicas y el diseño del espacio) a través del tráfico de emociones y el chantaje moral en lugar de una política pública ligada a un esfuerzo nacional de envergadura. Lógicamente fui reprendido por algunas de mis compañeras bajo el argumento de una prima o algún amigo cuyo hermano había sido atendido por la Teletón y gracias a ella tenía una vida más fácil de la que habría tenido sin Teletón. Hoy no nos debiese tomar por sorpresa el pensamiento de Oscar Wilde (citado por Zizek), quien señalaba que es más fácil tener simpatía por el sufrimiento que por el pensamiento; está prohibido pensar que a través del pago de impuestos razonables podríamos dar seguridades permanentes a todos quienes tengan o puedan llegar a tener alguna enfermedad o condición de salud que les impida llevar adelante una vida libre, es mejor afirmarse en la inseguridad y la miseria de una campaña que glorifica la hipocresía.
La Teletón partió en 1978 como una iniciativa para apoyar la labor de la Sociedad Pro-Ayuda al Niño Lisiado. La fórmula fue importada por Mario Kreutzberger desde Estados Unidos, donde Jerry Lewis ya había desarrollado campañas similares en beneficio de niños con distrofia muscular. Curioso año 1978, cuando empezaba a tambalear la dictadura luego de un par de tumbos en la política económica, la atención internacional frente a las ya evidentes violaciones los derechos humanos y el amague de guerra con otra dictadura que se encontraba en condiciones similares. Es en este clima que se reúnen las voluntades para organizar este evento que buscaba ayudar con financiamiento para la rehabilitación de niños con alguna clase de discapacidad, pero que mágicamente terminó ayudando también a la dictadura y al puñado de empresas que se asociaron al proyecto. Toda esa cantidad de palabras dirigidas a la unidad nacional y al consenso conforma ciertamente un repertorio sumamente político, cuadrarse detrás de la causa tanto ayer como hoy obliga a anular las diferencias, los conflictos laborales y las injusticias cotidianas en beneficio del todos juntos haciendo algo bueno y cuadrándonos también de las empresas que patrocinan el asunto como buenos samaritanos.
Luego de 32 años sin duda que muchos niños han logrado vidas más plenas y libres gracias a los tratamientos de rehabilitación financiados a través de la Teletón, pero al mismo tiempo hemos avanzado muy poco en la incorporación de esas problemáticas en las políticas públicas. Las empresas se han convertido en los pilares de la cohesión social en el país, exaltando esa pieza fundamental de la ideología de la dictadura del Estado subsidiario. Las empresas, a pesar de los pesares, contribuyen con la Teletón, por lo que de un plumazo borran toda la mugre que van dejando en el camino. Probablemente uno de los casos más crudos de esta situación haya sido el episodio del Compromiso Atacama. A grandes rasgos una compañía como Barrick Gold estaba teniendo graves problemas con la comunidad del Valle del Huasco, quienes se oponían a la explotación de la mina Pascua-Lama por los graves eventuales daños que podía ocasionar. Barrick recurre entonces a toda la caballería y junta a Un Techo Para Chile y la Teletón para que los líderes de ambas instituciones hablen de lo buena y sustentable que es la minería de Barrick contra entrega de recursos para la construcción de centros de rehabilitación y casas. Barrick, como empresa, lleva una buena cantidad de muertes alrededor del mundo y acciones flagrantes de corrupción, pero parece que Don Francisco no supo o no se quiso enterar de esas trivialidades al momento de hacer una apología completa de las acciones bondadosas y beneficiosas que según él realiza Barrick. El par de miles de habitantes de Alto del Carmen y sus alrededores quedaron completamente neutralizados frente a la acción comunicacional maestra que terminaría finalmente por ponerlos como verdugos de las oportunidades de niños discapacitados si se les ocurría insistir en una “trivialidad” como el derecho a elegir y defender libremente su forma de vida. Lo demás ya es historia.
La Teletón importa para este análisis poco en términos de los niños discapacitados o su rehabilitación (los cuales lógicamente no me parecen nada de irrelevantes), pero sí en tanto precursora de la responsabilidad social empresarial. La responsabilidad social empresarial es según Zizek ese acto hipócrita de borrar con una mano lo que se dibuja con la otra, una figura muy contemporánea y vigente en las estrategias de comunicación estratégica de las empresas. Se hace circular el heroísmo hipócrita de la caridad con el fin de anular la crítica sistemática. Roland Barthes le llamaba a ese movimiento una inoculación retórica, la incorporación de un elemento que genera una excepción que pone trabas a la crítica. De ese modo, en lugar de buscar la elaboración de un marco más amplio que soluciones de raíz los problemas que enfrentamos nos encontramos, según Zizek, con la inmoralidad degradante del uso de la propiedad privada para aliviar los problemas causados por la propia existencia de la propiedad privada. Prácticamente estamos hablando de bajar la dosis del veneno para aumentar el tiempo de vida. Son tantos los beneficios tangenciales de la Teletón, que en lugar de integrar el tratamiento y la rehabilitación de discapacitados como un mínimo de la seguridad social, se sigue recurriendo a las jornadas de limosnas, llanto y melosidad del evento televisado. La cura no ha hecho sino prolongar la enfermedad.
Con la Teletón los políticos y los rostros de televisión suben en popularidad, los empresarios ganan enormes sumas de dinero y fortalecen sus marcas, mientras Don Francisco suelta una lágrima en cámara junto a un niño que no tiene manos, otros muchos se las restriegan detrás del escenario viendo cómo se disparan sus bonos de múltiples tipos. La caridad es inmoral y degradante, más aún si vemos el tipo de tráficos que se pueden incentivar a partir de ella. Ese altruismo a través del cual nos ponemos por encima de otros revela lo peor de nosotros. La solidaridad se ve pisoteada al momento en que empezamos a buscar súper héroes y súper causas en lugar de hacernos cargo responsablemente y con sentido de largo plazo de los problemas con fórmulas aterrizadas. Un esfuerzo nacional por generar un sistema público de salud probablemente dañaría en el mediano plazo los intereses del montón de mercenarios que sacan “bellos” números con la salud privada, mismo asunto con la educación y su elitismo picante en un país de pésimos resultados.
Recomponer la solidaridad hoy significa echar mano de fórmulas sustantivas, hacer la patria de nuevo luego del desmantelamiento que ha sufrido en las últimas cuatro décadas. Muy pocos sistemas nacionales nos quedan y las empresas donde se comprometieron los recursos de toda la nación hoy rinden jugosas utilidades para un puñado de personajes nada de anónimos. La hipocresía deberíamos dejarla a un lado y de una vez pagar y hacer pagar impuestos decentes, mejorar las seguridades de todo el país para que dejemos de ser unos miserables condescendientes que se acostumbraron a la limosna pegoteada para pasar a preocuparnos de que todos podamos tener una vida digna en serio.
Leonardo Valenzuela
Sociólogo

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